pueden ≠ van

Hasta que un día las cosas comenzaron a marchar mal: el refulgente sol quedó cubierto por una opaca e incesante bruma, la muchedumbre comenzaba a quejarse de la falta de alimentos y de los rigores climáticos, y algunos asesores del Gran Jefe Rex echaron a rodar rumores inquietantes. El tiempo pasa y la situación se va tornando más adversa: en un sin numero de corrillos estos cortesanos decían que había muerto la mayor parte de los gigantes, y que no tenía sentido enseñar a comer de las copas de frondosos e imponentes árboles que tampoco existían más. Alertaban que sólo habían quedado los más pequeños, y que algunos relatos hablaban de un ser parecido al mono que podía hacer un volcán con sus garras y que agregaba una pata más a las suyas para cazar.
Mucho se dijo al respecto, lo cierto es que los “divulgadores de falsedades” (como el stablishment llamaba a los susodichos consejeros) fueron ridiculizados y luego ejecutados. Hoy por hoy aquellos seres fantásticos, cuya existencia fue objeto de tanta burla, no saben si encerrar a sus antecesores en un museo de ciencias naturales o en una clínica psiquiátrica.
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