Dentro del rodado percibo sorprendido que se trataba de una mujer anciana. Lo primero que hace es preguntarme de donde vengo, a lo cual respondo con naturalidad:
- De Buenos Aires.
- Ah… de Babel… –me corrige-
-No le entiendo –balbuceo sorprendido-
-Si, va a ser difícil que comprenda pero lo intentare –continúa diciendo la veterana señora-. Soy antropóloga y trabajo para un proyecto financiado por la Asociación de Refutadotes de Leyendas, que investiga sobre la historicidad del relato bíblico de la Torre de Babel. Me enviaron hace mucho, mucho tiempo a estas tierras, y para mi perplejidad descubro lo que buscaba como si nada hubiera ocurrido desde los lejanos tiempos narrados por las Escrituras. Encuentro al augusto edificio que se erigía rectamente hacia el cielo, y a todos sus ocupantes muy resueltos en la empresa de alcanzarlo (aunque sea por asalto). Pero tenían un gran inconveniente: no se entendían, hablaban lenguas diferentes (tal cual relata el capítulo 11 del Génesis). Para resolverlo decidieron ponerle nombres en común a los distintos ambientes de la torre. De esa manera nace la oficina de nominación de las oficinas, que se vuelve muy poderosa y ocupa -como corresponde a su rango- el piso más alto.
Prontamente surgió un gran problema. Cuando quedó con su respectivo nombre cada espacio disponible, el despacho cercano al cielo para no perder su autoridad deja la vieja aspiración ascendente de la torre, y se dedica nada más que a subdividir y nominar hasta el último recóndito de la imponente construcción. Levantaron tantas, pero tantas paredes, que la estructura del edificio no pudo soportarlo y se derrumbó. Lo peor del caso es que fueron entendiéndose cada vez menos, enajenados por la loca tarea de levantar muros para justificar la existencia de la oficina que nomina a las oficinas que no se nominan a sí mismas. Así quedaron patitiesos y fuera de la dimensión del tiempo, cuando perdieron la única pista que les daba sentido: la recta ascensión al Cielo. Por eso uno tiene que tener cuidado cuando llega a ese sitio, porque puede quedar atrapado en el infierno de la eternidad.
Terminado su relato y más relajado por la disminución del tránsito, la observo. Para mi sorpresa descubro a la muchacha que levanté en la ruta.
En ese exacto momento me pide fuego. Inmediatamente le indico el cartel que está a la altura del acompañante, cuya leyenda en letras rojas dice: PROHIBIDO FUMAR.
Acto seguido se esfuma y nuca más la vuelvo a ver.
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