2 de octubre de 2009

PENSAR EL TRAER AHÍ DELANTE

Diego Zerba

Heidegger ha pasado a la posteridad como el filósofo del siglo XX. Considero que las dificultades que existieron en ese siglo para entenderlo, ya sea en su pensamiento, ya sea en sus actitudes ante la política de su época, o su posterior silencio al respecto, tiene que ver con que no era el filosofo de su siglo sino el pensador del siglo que aun no había comenzado. Exagerando en el uso de lugares comunes porteños podríamos decir que cada día filosofa mejor. Pero no se trata de eso, porque para nada pienso que sea el filósofo del siglo XXI (tampoco se si los hay o los habrá, aunque Badiou se haya anotado primero en la lista). Si consideramos que pensando el tiempo de la inminencia en el cristianismo antiguo, la historia de la metafísica, o con la exégesis de poetas como Holderlin o Trakl, más que un sistema ha dejado los mojones para pensar lo que él ha llamado “la esencia de la técnica moderna”. Sin bucear en su oceánica obra puede cometerse la imperdonable irreverencia de tomar algunos de esos mojones, para ponerlos en diálogo como “pensador bajo” con el pensador que –a mi gusto- si merece ser considerado el más propio del siglo XX. Hablo de Michel Foucault. En ese sentido, mientras Foucault dedicó una parte importante de su obra a la crítica de las sociedades disciplinarias referenciadas por el modelo panóptico, en auge durante el siglo XX, Heidegger pensó el peligro ocultándose en la esencia de la técnica moderna. ¿Peligro de que? Podría contestarse peligro de nada, como respuesta que no desprecia la pregunta sino que pretende encaminarla a su esencia.

Este diálogo -en el fin de los tiempos- que propongo, no va a desestimar episodios de la actualidad, aunque si tratará de ponerlos a la altura del estupor que despiertan y no permiten pensarlos, y también incluirá alguna indicación sobre el psicoanálisis en esta época para situarlo en la dimensión histórica que le corresponde.
El panóptico es el modelo de los dispositivos que estructuran las sociedades modernas. Con él la rectitud cartesiana de las ideas claras y distintas es llevada a las prácticas sociales, encarnándolas en las instituciones del Estado moderno. Quiero decir que la razón moderna adopta la consistencia sólida del Estado, a partir de la cual las prácticas sociales, como el genio en la botella, quedan encerradas en dispositivos. Dispositivos disciplinarios que encauzan, conforme a la recta razón cartesiana hecha carne: escuelas para formar los ciudadanos del mañana, hospitales para vigilar que los órganos de los pacientes funcionen disciplinados a la anatomía y fisiología médica, cárceles para transformar a reos en trabajadores, y hospicios para devolver los locos a la recta razón. Como dice Jacques Alain Miller en un trabajo juvenil: “Cada elemento, cada conjunto de elementos, cada hecho, cada gesto, debe ser el objeto de una estipulación expresa” (Miller, 1987). Es tal el dominio de la razón, que hasta el más minúsculo detalle de un cuerpo debe ser trasformado en un signo de la dominación ejercida sobre él.

Este modelo se concreta arquitectónicamente por un emplazamiento, en donde la vigilancia ejercida desde una torre central, controla una indefinida cantidad de celdas homogéneamente dispuestas a su alrededor. Para eso tiene que haber una mirada que se anticipa inexorablemente desde el centro, a los cuerpos encerrados que humildemente pueden ver lo que el cerrojo de la mirada permite. Hasta aquí nos encontramos con las clásicas formulaciones de Foucalt en Vigilar y Castigar (Foucault, 1984).

¿Qué pasaría si el panóptico no dispusiera más de la división temporal de la función de la mirada que se anticipa al ser mirado? ¿O sea si residiéramos en un mundo de pantallas desde las que miramos y somos mirados simultáneamente? En realidad ese es el ideal de la informática que va fraccionando los recursos de la máquina en un ciclo constante, que alterna tareas en secuencias mínimas de tiempo que simulan el tiempo real. Cuando ese ideal se transpone al funcionamiento de la organización social –como ocurre actualmente- se vive no solamente en una sociedad al borde de la catástrofe, sino en una sociedad que la toma como el centro de sus cálculos. A modo de ejemplo, pensemos en la gestión gubernamental de nuestro país durante la denominada “crisis del campo” del año pasado. En los tiempos que el Estado fundaba el funcionamiento de sus instituciones en la división temporal panóptica (es decir la anticipación de la mirada al ser mirado): o bien el gobierno se hubiera tomado tiempo para negociar con los “ruralistas”, o bien hubiera considerado que se acabó el tiempo de negociar y procedía a reprimirlos, o bien hubiera distribuido los tiempos combinando ambas instancias. No hizo nada de eso, sino que el conflicto en las localidades del interior vinculadas al agro, recibió por parte del gobierno el nombre de “movimiento destituyente”. No solo eso, sino que cuando la resolución sobre la retenciones se transformó en el “falta envido y truco” del que dependía la existencia del Estado, el vicepresidente de la nación votó en el Senado en contra de su propio gobierno, por la misma razón dada desde la presidencia del mismo gobierno para estar a favor de la resolución. Como luego declaró el vicepresidente, el temor al retorno de la consigna “que se vayan todos” (y entre todos, desde luego, él también) lo llevo a decidir su “voto no positivo”. Con esto no quiero entrar en la lógica binaria de estar a favor o en contra (clásica de los medios de comunicación), solamente quiero compartir mi asombro por un gobierno que se desdobla entre una presidente oficialista (verdadera redundancia) y un vicepresidente opositor (verdadera paradoja). Mi lectura, en consonancia con lo que estaba diciendo, es que atravesamos una suerte de modernidad post panóptica y solamente puede consistir el Estado si es idéntico al gobierno. En nuestro país, desde la catástrofe estatal del 2001, una crisis en un gobierno se lleva puesto el Estado (como queda nombrado con el enunciado “movimiento destituyente”). Ahora no hay el tiempo de las instituciones estatales, que en la buena época de la modernidad calculaban panópticamente: el tiempo de la educación, el de la cura, el de la resocialización, e incluso el del gobierno. La contingencia de un cruce de variables, como ocurre en China con la eficiente represión en la plaza Tianamén durante las revueltas de 1989, y su inmenso mercado con una baratísima fuerza de trabajo (cuando en otro cruce de variables la Unión Soviética se disolvía), puso a aquel país en camino a ser la primera potencia del mundo pese a no respetar los derechos humanos, ni la libertad de mercado. El mercado ya no busca su libertad, como con el auge del neoliberalismo; se conforma con un amo fuerte que salga afirmado de sus contingencias catastróficas y dé la tranquilidad psicológica que necesita el capital para la inversión. O sea lo que oficialmente se llama predecibilidad. Convocar a los demonios y exorcizarlos, es casi un rito de iniciación de los gobiernos idénticos a sus estados que buscan afirmarse para transformar a sus países en potencias. Si es necesario masacrar niñas para evitar la catástrofe poblacional, como se hace en China, se las masacra. Eso sí, cuanto mayor semblante de autonomía tenga el gobierno respecto al Estado en un país, tendrá mejor perfil para la inversión (¿quien conoce a la gerontocracia china o al jefe de gobierno de Singapur?), cuanto más delate la identidad catastrófica entre gobierno y Estado, como sucede en la Argentina, será calificado como más riesgoso.

También pueden delatar esa identidad los escándalos sexuales de Berlusconi o Lugo; incluso el carisma moreno de Obama y su sensual esposa, que sirve para ganar elecciones, pero despierta ansiedad en la población cuando el capital solo demanda una grisacea autoridad que domine las mareas postpanópticas. Mi tesis es que la identidad de gobierno y Estado es el resultado de la volatilización del Estado moderno con la anulación de la temporalidad panóptica, cuya matriz, repito, se sostenía en la anticipación de la mirada respecto al ser mirado. Cuando los bolcheviques dirigen la toma del palacio de invierno en San Petesburgo, desde donde el régimen depuesto miraba al pueblo de obreros y campesinos, daba comienzo a un nuevo poder en donde cambiaban los mirados aunque no cambiaba la función anticipatoria de la mirada. El ideal de tiempo real derriba este esquema mirada – ser mirado, y hoy el gobierno no se anticipa oculto desde algún centro (como lo fue el palacio de invierno o la casa rosada) sino que se muestra en un sin número de pantallas haciendo anuncios. De la oscuridad de la mirada se ha pasado a la diafanidad del mostrarse. El gobierno esta situado como semblante del Estado, que abolida la temporalidad panóptica está mostrando que, no obstante la situación catastrófica derivada del tiempo real, a partir de lo cual todo aparece simultáneamente, hay Estado en la función de semblante que oficia el gobierno. Su gesta es la de haber dominado la catástrofe e impuesto la administración. No obstante, repito, los gobiernos predecibles son los que logran convencer que detrás del semblante dado a ver, aún hay Estado. Ha vencido a las catástrofes que lo acechan sin mostrar la esencia de la acechanza. Un modo de llamarla, aunque sin avanzar en su profundidad, es “tiempo real”.

Martín Heidegger, desde el siglo XX, cuya dos terceras partes, al menos, estuvieron signadas por la temporalidad panóptica, sin embargo dio la clave para avanzar en profundidad hacia la esencia de la asechanza que ahora se presenta con tanto vigor.

Dijimos del panóptico, que es el modelo arquitectónico de los dispositivos articulados por el desdoblamiento temporal entre la mirada y el ser mirado. Si avanzamos en su análisis debemos plantear que el panóptico emplaza, es más, se sostiene en una estructura de emplazamiento. Una estructura de emplazamiento que –siguiendo a Heidegger- tiene como destino el hacer salir de lo oculto, y presentarlo como perduración en la relación sujeto – objeto (propia de la modernidad). Como dice Heidegger: “Al objeto (lo que está puesto en frente) pertenece a un tiempo la consistencia (el en-qué-consiste) de lo que está-en-frente (essentia-possibilitas) y el estar de lo que está en frente (existentia)” (Heidegger, 1994 (2): 66). De este modo el ente devenido en objeto entra en el ocaso de su verdad; esto es, dice Heidegger:“la manifestación del ente, y solo del ente, pierde la exclusividad que ha tenido hasta ahora en su pretensión de ser módulo y medida”. (Heidegger, 1994 (2): 64). Como módulo y medida el objeto consiste, y está, estando enfrente, perdurando en su desocultamiento. Esta es –según Heidegger- la obstancia de lo presente, el re-presentar entendido como anteponer.

¿Qué ha pasado entre el desocultarse inicial del ser en los pensadores presocráticos, y el objeto que la ciencia moderna le da a la técnica? Heidegger orienta la respuesta a esta pregunta haciendo una remisión a la etimología de la palabra teoría, que lo conducirá a la teoría en la ciencia moderna. Para los griegos teoría “es el mirar cobijante de la verdad” (Heidegger, 1994 (1): 46). Verdad de un desocultamiento que también es ocultamiento, y que el mirar alberga. Por su parte los romanos la traducen como contemplatio (contemplación), y llega al alemán con el término Betrachtung (observación). Heidegger se detiene para advertir que, si bien con Betrachtung aparentaría que se ha vuelto a la concepción antigua de los griegos depositada en la visión, el mirar pasa a ser observar (que no es lo mismo).

“¿Qué significa Betrachtung? –pregunta Heidegger- Tratchten es el latin tractare, tratar, elaborar. Nach etwas trachten significa aspirar a algo, trabajar en vista de algo, perseguirlo, ir tras de ello, para ponerlo a seguro. Según esto, la teoría, entendida como Betrachtung, sería la elaboración de lo real, una elaboración que persigue y pone a seguro”.(Heidegger, 1994 (1): 48).

La inquietud de poner en evidencia lo presente conduce a que la ciencia como teoría de lo real se emplaza de si misma, en la obstancia, o sea en lo antepuesto de lo real. Bueno, así la teoría de la Naturaleza la presenta al representarla “como una trama espacio temporal calculable de un modo u otro” (Heidegger, 1994 (1): 50).

Entonces la mirada bajo la teoría de la ciencia deja de cobijar lo que se desoculta en el ocultamiento, para adquirir un modo de ambicionar que persigue y pone a seguro, es decir… calcula.

Siguiendo la reflexión heidegeriana, el rasgo preeminente de la ciencia es el método. Método, del griego metha (más allá) y odos (camino), significa literalmente camino o vía para llegar más lejos; hace referencia al medio para llegar a un fin. En su significado original esta palabra nos indica que el camino conduce a un lugar. En la alteración que experimenta con la ciencia moderna, lo que va quedando en primer plano es el fin. La técnica moderna construye dispositivos para encaminar a poner a seguro las jurisdicciones de objetos, delimitándolas y manteniéndolas separadas unas de otras.

Pensemos en los dispositivos que encaminaban a poner a seguro las jurisdicciones de los diferentes disciplinamientos ejercidos sobre los habitantes de la sociedad moderna. En este caso la disciplina pone a la maximización de la mirada (con la significación de observación que le da la modernidad) como el camino que lleva a la meta de convertir cada detalle del cuerpo mirado en un signo de la dominación ejercida sobre él. ¿Qué ocurre cuando la mirada deja de ser un camino para convertirse en un fin en si mismo bajo el ideal del tiempo real? Respondo: estamos al borde de la esencia de la técnica.

Heidegger dice que la esencia de la técnica es el andamia – je entendido como “colocar”. Lo define así: “lo presente como tal en el modo del abandono de la cosa dominando enteramente: el ser mismo” (Heidegger, 2009: 7). Por este sesgo se hace presente la diferencia radical: lo mismo del ser no es lo igual. El re del re – presentar desdobla la mismidad del mundo y el andamia-je, quedando abandonada la cosa. El abandono de la cosa, entonces, resulta de hacer perdurar su ser como diferencia entre: el mundo que es la guarda de la esencia del ser y el andamiaje que es lo acabado del olvido de la verdad del ser.

Pensar el traer – ahí – delante, entonces, implica el desarrollo de la historia del ser. Va de traer delante algo presente, desde la ocultación a la desocultación; hasta la diferencia radical en la esencia misma del ser: el guardar, cobijar, abrigar, del mundo, por un lado, y el colocar para obtener la subsistencia de lo que se desocultado, por el lado del andamiaje. El tiempo real es un nombre de la técnica que, dentro de este contexto, se dirige a su esencia. Exige la sincronía de la simultaneidad, y pretende abolir la diacronía del tiempo. Este es el borde de la catástrofe, que hace muy poco aspiraba a ser la realización de la globalización. En rigor se realiza la aldea panóptica, como el oximoron que da cuenta de la paradoja de un panóptico que se mira a sí mismo, convirtiendo a la escuela, .el hospital, la cárcel, o el hospicio, en depósitos que han perdido la concepción del tratamiento fundado en que la mirada anterior al ser mirado disciplina las partes al todo. Recuperan las prácticas que les daban sentido –como señalamos en la relación gobierno – estado- cuando un equipo cumple la función de semblante del dispositivo que ya no está.

Donald Winnicott era un psicoanalista del siglo XX, que como Heidegger también miraba el siglo XXI. Incluyendo a la familia entre las instituciones destituidas, tenemos que concluir que tiene una directa relación con las fenomenologías clínicas contemporáneas. Pensemos en todo el trabajo efectuado por este pediatra y psicoanalista sobre la relación entre deprivación infantil y tendencia antisocial en niños y adolescentes. Respecto al abordaje de esta última –en cuanto a su orientación dirigida hacia la destructividad- planteaba la función del adulto en la provisión de un marco flexible de contención. Efectivamente un adulto no es un padre, es quien hace las veces de su semblante en los tiempos de la destitución de la familia.

Si pensamos a la aldea panóptica en tanto consumación de la historia de la metafísica, podemos figurarla como a Dorian Grey muerto al borde de su retrato. Dice Oscar Wilde relatando el encuentro que hicieron del cadáver su cochero y un lacayo: “Cuando entraron vieron colgado de la pared un magnífico retrato de su señor, tal como le habían conocido siempre, en todo el esplendor de su exquisita juventud y su belleza (…) Tendido sobre el suelo había un hombre muerto, en traje de etiqueta, atravesado el corazón con un puñal… ¡Su cara estaba llena de arrugas, ajada, repugnante…! Sólo por sus sortijas pudieron reconocer quien era…” (Wilde, 1995: 252).


Bibliografía

Foucault, M. (1984). Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, Siglo XXI.

Heidegger, M. (1994). (1). Ciencia y meditación en Conferencias y artículos, Barcelona, Serval.

Heidegger, M. (1994) (2). Superación de la metafísica en Conferencias y artículos, Barcelona, Serval.

Heidegger, M. (2009). Die Gefahr (El peligro). Traducción Dina Picotti C. Versión de circulación interna FCPA.

Wilde, O. (1995). El retrato de Dorian Gray, Santiago de Chile, A. Bello.

Winnicott, D. (1998). Deprivación y delincuencia, Buenos Aires, Paidós.

Zerba, D. (2007). Aldea Panóptica. Ideas – Situaciones – Prácticas, Buenos Aires, JVE.





Diego Zerba

Diego Adrián Zerba nació el 11 de enero de 1953 en la Ciudad de Buenos Aires. Es Licenciado en Psicología, Psicoanalista, Profesor Adjunto de la materia Psicoanálisis: Freud y docente en Psicoanálisis: Escuela Inglesa de la Facultad de Psicología / UBA. Profesor Adjunto en la materia Psicología del Ciclo Básico Común / UBA. Director del Centro Asistencial FUBA XXII. Supervisor de instituciones clínicas y educativas. Autor de numerosos artículos publicados en revistas y libros de distintos géneros. Autor de los libros La estructuración subjetiva. Pensar las psicosis infantiles (JVE, 2005) y Aldea Panóptica. Ideas – Situaciones - Prácticas. Compilador, junto a María Massa, de los libros: El mal – estar en el sistema carcelario (El Otro, 1996) y Síntomas carcelarios. El estado contraataca (Letra Viva, 1998).
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