27 de noviembre de 2007

EL ECO DE LA PALABRA

Hoy nos ocuparemos de las vicisitudes de la universalización del capitalismo que se produce en la modernidad, hasta llegar a lo que denominaremos modernidad terminal, con este único malestar en la cultura que nos toca desandar. Sin embargo no nos interesa tanto el camino sino lo encontrado: los cambios acaecidos en lo que Sigmund Freud llama el eco de la palabra.

Comienzo con esta cita suya:


“Uno le cuenta al paciente sobre las posibilidades de otros conflictos
pulsionales y despierta su expectativa de que tales cosas podrían suceder
también en él. Ahora bien, uno espera que tal comunicación y advertencia tendrá
por resultado activar en el paciente uno de los conflictos indicados, en una
medida moderada, aunque suficiente para el tratamiento. Pero esta vez la
experiencia da una respuesta unívoca. El paciente escucha, si, la nueva, pero no
hay eco alguno. Acaso piense entre si: ‘Esto es muy interesante, pero no
registro nada de eso’. Uno ha aumentado el saber del paciente, sin alterar nada
más en él” (Freud, 1980: 236).


En principio Freud separa la palabra con eco, de la palabra que abona un saber. Una palabra con eco remite a un origen, punto en el cual los estructuralistas que hegemonizaban el pensamiento europeo, entre los años 50 y 60, no coincidían con Freud. Entre ellos, Claude Levi – Strauss era el más renombrado. No tomaban muy en serio la suposición de la horda primitiva dominada por un padre celoso, que se quedaba con todas las mujeres y desterraba a los hijos. Como tampoco lo hacían con respecto a su fin: el asesinato del padre por parte de los hijos, y el nacimiento de la primera organización social, a saber, el clan fraterno que se prohíbe para si lo que antes imponía la autoridad del padre: el acceso a las mujeres deseadas.
En rigor la muerte del padre no es un fin sino el comienzo que abre la dimensión del tiempo: la obediencia retrospectiva de los hijos. No es ni una cuestión antropológica, ni sociológica, o en todo caso puede ser por añadidura cualquiera de ellas. En principio ubica en el principio una ausencia y su nostalgia como condición de la constitución subjetiva. Es decir que la función del padre no tiene que ver con el ADN, sino con un vacío en el principio. Un principio activo que no cesa de instituirnos. O para decirlo de otra manera, en términos freudianos, eso que era y en donde debemos advenir (aunque no podamos). Cada uno de nosotros, no todos nosotros, en la singular encrucijada que instituyó su origen.

La modernidad necesitó olvidar (en términos heideggerianos) o reprimir (en termino freudianos) el comienzo. De lo contrario la celebración totémica del asesinato del padre, como plantea Freud en Tótem y Tabú, actualiza el tiempo circular en el que siempre se retorna al mismo punto de partida. De ese olvido o represión nace el tiempo lineal del progreso: el time is money. Nace la regulación utilitaria del tiempo y la propia concepción de la acumulación. No es lo mismo la fortuna de un amo que no posee los medios de producción y explota a su esclavo (o sea las herramientas de trabajo), o poseyéndolos necesita también de su saber para quedarse con el beneficio de su trabajo. Esto es lo que ocurría en la antigüedad. Con la universalización del capitalismo que acontece en la modernidad, su alcance llega al propio trabajo que se transforma en mercancía y nace la concepción de la acumulación que el amo antiguo practicaba de manera empírica a la manera del Tío Rico. No es el amo quien acumula sino un saber que se anticipa y que funciona como una maquinaria, el que regula la acumulación. Un saber que despoja por segunda vez al trabajador que ya había sido despojado de su trabajo. Un saber que calcula la money del time. De esa manera el trabajo convertido en mercancía produce la forma monetaria del trabajo social excedente que no vuelve al trabajador, a saber, la plus valía. Pero no solo eso, el propio trabajador se convierte en plus valía en tanto el saber que regula la producción se anticipa, calculando lo que deberá producir a futuro la fuerza de trabajo. Es decir que el saber se ha convertido en la herramienta que produce el futuro: el time como fábrica de la money. O sea que el saber se ha instituido en el principal medio de producción. Carlos Marx ubica en la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, la entropía que conduce a la pérdida de plus valía como límite último del capitalismo. Podemos agregar dentro de la lógica que elegimos de ampliar el concepto de plus valía: tanto la en lo que respecta a la forma monetaria del trabajo excedente, como así también a la potencia futura del trabajador que la producirá.
El capitalismo (conforme al axioma moderno de la universalización) ha establecido el universo de las mercancías. En principio adquirimos los bienes en el mercado, o sea que adquirimos valores de cambio. Es decir que el uso no determina el valor sino las leyes de mercado.
Por esta vertiente Giorgio Agamben plantea que el avance del capitalismo sigue con los objetos el curso que les da la religión: retirarlos de su uso específico y entregarlos para su adoración (como se aprecia con claridad en los santuarios). En este caso los santuarios son los escaparates de la vidriera que progresivamente son reemplazados por los portales en Internet. De esa manera el consumo no coincide con el uso del objeto, sino que por el contrario: el consumo es idéntico a su destrucción como cosa, que inhabilita al consumidor para hacer algo con él. Esto se advierte de forma patética en los niños transformados en consumidores, que compran juguetes para no jugar. Para sancionar con su consumo su destrucción para el uso.
Así llegamos a la modernidad terminal en la que el capitalismo ha resuelto sus crisis traumáticas originadas en la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, llegando a la universalización absoluta del mercado en la que el trabajador es reemplazado por un consumidor virtual que solo existe en un cálculo que se refleja a si mismo. De este modo el consumo nombra que no hay más implicancia de los cuerpos con una subjetividad. No hay nadie calculado desde el saber como medio de producción para que se satisfaga sus necesidades con una parte de su trabajo, como pensaba Marx, y que posteriormente Freud verificará en la clínica que no hay la necesidad sino demanda, desde que la primera experiencia del cachorro humano con el pecho deja algo más que la cancelación de la necesidad.
Actualmente los cuerpos humanos han quedado a la deriva. En este orden la plus valía sufre una mutación: no es la forma monetaria del excedente de trabajo, ni la potencia futura de la fuerza de trabajo; es la construcción que hace el saber como medio de producción emancipado de los cuerpos humanos. Dicho de otra forma, es la construcción que hace la industria financiera prescindiendo de los cuerpos de los trabajadores que antes la producía. Produce un presente perpetuo al que llaman tiempo real y sus crisis no son el resultado de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, como el traumático término de más que la vieja lógica capitalista no podía asimilar, sino de la irrupción de los cuerpos descartados en escena como ocurrió el 19 y 20 de diciembre.

Así el saber como medio de producción queda mutado en información, que se reproduce idéntica a si misma como las metástasis del cáncer. De esta manera en tanto ya no hay cuerpos parlantes en los que anida un sujeto del lenguaje, los cuerpos descartados quedan como paredes perplejas en las que rebota la comunicación de la información que no los implica. Cuando existía el cuerpo parlante la palabra que evocaba el comienzo de un sujeto tenía eco en él. Esto es lo que verificaba Freud en la clínica como eco de la palabra. Hoy por hoy –en la modernidad terminal- ya no es así, y el eco del comienzo vuelve como la perplejidad de la catástrofe. Es la experiencia religiosa de la voz de Dios como trueno.

Advertidos de esta situación, como cuerpos humanos descartados podemos pensar nuevos colectivos, saliendo al cruce de la información. Por ejemplo en la universidad donde la información le ha dado el nombre del alumno a un consumidor que ya no sabe hacer con los saberes, salvo reproducirlos como si fueran datos en las llamadas pruebas objetivas, sin tejer con ellos un pensamiento. Es decir que se trata de plantear otro comienzo luego de pasar por el primero. Construir colectivos de estudiantes para devolverle el eco a la palabra, y zafar de lo peor: el estado de perplejidad que nos deja ser sólo una mera pared para el rebote de la información.

Bibliografía

Agamben, G. (2005): Profanaciones, Buenos Aires, Adriana Hidalgo.
Freud, S. (1980): Análisis terminable e interminable en Obras Completas Tomo XXIII, Buenos Aires, Amorrotu.
Freud, S. (1913): Tótem y Tabú, en Obras Completas Tomo XIII, Buenos Aires, Amorrotu.
Heidegger, M. (2006): Aportes a la filosofía. Acerca del evento, Buenos Aires, Biblioteca internacional M. Heidegger - Biblos
Zerba, D. (2007): Aldea Panóptica. Ideas – Situaciones – Prácticas, Buenos Aires, JVE.

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Diego Zerba

Diego Adrián Zerba nació el 11 de enero de 1953 en la Ciudad de Buenos Aires. Es Licenciado en Psicología, Psicoanalista, Profesor Adjunto de la materia Psicoanálisis: Freud y docente en Psicoanálisis: Escuela Inglesa de la Facultad de Psicología / UBA. Profesor Adjunto en la materia Psicología del Ciclo Básico Común / UBA. Director del Centro Asistencial FUBA XXII. Supervisor de instituciones clínicas y educativas. Autor de numerosos artículos publicados en revistas y libros de distintos géneros. Autor de los libros La estructuración subjetiva. Pensar las psicosis infantiles (JVE, 2005) y Aldea Panóptica. Ideas – Situaciones - Prácticas. Compilador, junto a María Massa, de los libros: El mal – estar en el sistema carcelario (El Otro, 1996) y Síntomas carcelarios. El estado contraataca (Letra Viva, 1998).
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