5 de junio de 2007

QUE SABEN LOS PITUCOS

A Federico Zerba

Ni siquiera el prestigio de la ciencia pudo terminar con las profecías. Ellas no son un visitante ocasional, son una presencia consecuente de la lengua para aquellos dispuestos a su escucha. Por supuesto que no sos vos, Mordisquito, quien se pueda apiolar de lo que digo, sino aquel lo suficientemente listo para cerrar el pico en el momento justo y dejarse hablar por la lengua. Permitiendo que ella hable para despertar en sus silencios, se descubre el futuro que estuvo desde siempre. Por eso en las discretas mesas del cafetín de Buenos Aires, nuestro destino puede leerse en la borra del café desde la tarde del primer desengaño. (nuestro, Mordisquito, ¿entendiste?, tuyo y mío). Mientras que si uno frecuenta las mesas que siempre preguntan, terminará luchando contra los molinos de viento del sueño americano made in Argentina. Una amarreta pesadilla que no banca, los berretines de la pelandruna abacanada que nació en un convento de arrabal. Esta pesadilla toca el deseo de aquel sueño, cuando despertamos sorprendidos por la poesía cruel de un exilio. El que nos convierte en europeos a los que venimos de los barcos (está claro que pinta de mapuches no tenemos), o indo americanos a los que vienen de los trenes. Pero cuando angustiados tomamos el primer avión hacia la cama de la vieja, experimentamos la angustia en la angustia al ser recibidos como extranjeros. Perplejos oímos que en vez de decirnos: “pasá nene, ¿tomás unos mates?”, nos dicen: “otro sudaca más, coño”. Volvemos vencidos y ni siquiera el viejo criado nos reconoce. Así quedamos: sin fe, sin nido, ni amor.

Por eso ser profeta en la tierra de uno es intercalar un profundo desajuste entre la lengua y sus hablantes. Nadie lo escucha y todos lo oyen, como al Oráculo de Delfos en las desventuras de los Labdácidas. Es exorcizado cual mal espíritu, como cuando “El club del clan” en los años sesenta nos incorpora al patio trasero de la cultura norteamericana (¡vade retro Discepolín!). Pero que chasco te llevaste, Mordisquito, al volverlo a ver con el rock nacional. Tanguito te lo repite: “estoy muy solo y triste en este mundo que es de mierda” y Moris agrega: “la gente vive sin creer” Mientras que “el Indio” invita “a brillar mi amor”, en la oscuridad de algún zaguán.

El regreso del profeta trajo un contrabando sintomático del tango: las baterías rockeras que nunca aciertan con el ritmo, por no venir del blues sino del dos por cuatro

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Diego Zerba

Diego Adrián Zerba nació el 11 de enero de 1953 en la Ciudad de Buenos Aires. Es Licenciado en Psicología, Psicoanalista, Profesor Adjunto de la materia Psicoanálisis: Freud y docente en Psicoanálisis: Escuela Inglesa de la Facultad de Psicología / UBA. Profesor Adjunto en la materia Psicología del Ciclo Básico Común / UBA. Director del Centro Asistencial FUBA XXII. Supervisor de instituciones clínicas y educativas. Autor de numerosos artículos publicados en revistas y libros de distintos géneros. Autor de los libros La estructuración subjetiva. Pensar las psicosis infantiles (JVE, 2005) y Aldea Panóptica. Ideas – Situaciones - Prácticas. Compilador, junto a María Massa, de los libros: El mal – estar en el sistema carcelario (El Otro, 1996) y Síntomas carcelarios. El estado contraataca (Letra Viva, 1998).
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